Gurugú

Mira que montaña.
No diría que es bonita, aunque su nombre me encanta.

Gurugú.

Di la palabra en voz alta. Gorgotea en la garganta como si fueras un pajarillo.

Esto es lo más interesante que encontrarás en esta página.

Ahora te voy a contar algo de mi historia, vida, obra y milagros, todo junto.

Te he avisado, esto va a ser duro.

No prometo que sea breve.
Sí te aseguro que va a ser mi historia.

Si algo define mi vida es que me pasan cosas muy raras, de esas que dices, es imposible. Muchas de ellas no puedo contarlas aún en público (sí en la autobiografía y si llegamos a tener mucha confianza), así que intentaré que por lo menos te rías un poco.

Mis inicios son sencillos. Nací en Canarias, de familia gallega, y a los 4 años me trajeron a Asturias (Oviedo y después Gijón). Me montaron en mi primer avión con dos semanas, para eso del bautizo, y creo que me gustó mucho la experiencia, porque soy un auténtico fan de todo lo que vuela.

Como te había dicho, inicios sencillos. Mi familia muy normal, muy típica de los 80s. Hijo único, madre trabajando en casa y padre oficinista al que apenas se le veía el pelo.

La cosa es que, con 4 años, al poco de traerme a Asturias, me surgió una enfermedad de riñón. Un síndrome nefrótico autoinmune para entendernos, glomerulonefritis a cambios mínimos por si sabes del tema. No es nada que te mate súbitamente, solo que los riñones dejan de funcionar y retienes todo el líquido. Ahí si te puedes morir, encharcado por tu propio líquido en los pulmones. Por suerte nunca he llegado a ese punto, gracias a las maravillosas medicinas que podemos disfrutar. Y al gran trabajo de todos los médicos que me han atendido, por supuesto.

Mi vida durante los 80 fue como la de cualquier otro chaval de los 80, con sus columpios asesinos, mochilas que pesaban quintales y con el gordo de clase con gafas. Viendo como están las cosas ahora, no sé cómo sobrevivimos todos. Bueno, uno se hizo una brecha en la cabeza y otro se partió el brazo y la pierna, pero nada más en todos esos años de colegio.

Los 90s pasaron igual, como cualquier adolescente nacido en los 80. Concretamente nací en 1983, que creo que aún no te lo había dicho. En mayo, un mes bonito. En aquellos gloriosos años sonaban Guns N’ Roses en la radio, y yo decía que me gustarían, aunque fueran unos tipos trajeados cantando, al estilo de los grupos de los 50. Por suerte eran unos macarras de tomo y lomo. Siempre me han caído bien los macarras. Y los heavies. Los reguetoneros me hacen gracia, más por las risas de sus pintas.

Creo que lo más importante de aquellos años fue la llegada de un ordenador a casa en 1992. Un flamante 486 con botón de Turbo. Vamos, ni que fuera un R5 «culogordo». Ahí empezó mi frikismo por este aparato. Siempre me han gustado los cacharros digitales, los coches y las cosas complejas de funcionamiento. No tenía ni idea de que décadas después sería mi herramienta de trabajo, lo que sí sabía es que me gustaba explorar las entrañas de aquel aparato y jugar. Ah, cuantos buenos momentos con las aventuras gráficas de Lucasarts, como el mítico Monkey Island y el genial Full Throttle (ya te dije que me caían bien los macarras heavies y no heavies). También le di mucho a juegos de organización, como el Caesar, el Pharaon, el Rollercoaster Tycoon, Sim Farm. Vamos, soy un vintage de estos juegos. La de horas que eché con aquellas pantallas de tubo. Y sigo sin usar gafas.

Los 90s también los recuerdo con cariño por ver el nacimiento de la música disco, el reguetón de la época que no podían escuchar nuestros padres, que lo llamaban bakalao. Cuánto genio había en aquellas canciones, ya míticas, de Gigi D´Agostino, Sash, Gala y muchos otros.

La década se terminaba entre fines de semana en la sala de videojuegos (y billar), las palomitas del cine, y algunas grandes películas como Matrix. Vaya subidón de película. ¡Todos éramos el elegido! Incluso logré terminar el Sega Rally en la sala de máquinas, la primera vez en mi vida. Y es que cuando tienes la actitud, las cosas ocurren. Igual me he pasado de hierbas, pero sí, con actitud las cosas ocurren, como iría descubriendo más adelante.

La década, el siglo y el milenio llegaban a su fin, acojonados por el conocido efecto 2000. Creíamos que se iba a terminar la civilización tal y como la conocíamos, aunque no pasó nada reseñable. Para mi si fue reseñable el cambio de década, siglo y milenio, pues me eché novia. Imagínate, un friki como yo, que le gustaban los ordenadores, los videojuegos, los coches, que estaba siempre con su grupo de amigos aún más frikis, con reparos, que digo reparos, miedo aterrador a hablar con las chicas, tenía novia. Supongo que así es la vida, uno cree que las cosas no son para él hasta que, mirando hacia atrás, ve que las ha conseguido con creces.

Uno de los momentos delicados fue durante la selectividad, PAU, EBAU, o como carajo se llame ahora al examen para entrar a la universidad. Hice los exámenes enfermos, y al último no pude ir porque estaba en urgencias con 41º de fiebre. Básicamente deliraba y no sabía dónde estaba. Pues bien, la excelentísima universidad de Oviedo tenía por norma anular la prueba en que faltase un examen por presentar, y como yo estaba en urgencias, no en la universidad, dejé el último sin entregar. Si me hubieran puesto un cero habría entrado de sobra, pero no, me dijeron que la volviera a repetir en septiembre, cuando ya no habría plazas para entrar.

Ese año me tocó estudiar en la UNED, donde escogí las dos únicas asignaturas que parecía que podrían convalidarse con la carrera en la Universidad de Oviedo. Al final solo me convalidaron una. Año perdido. Bueno, no tanto, fui a todas las fiestas habidas y por haber sin la presión de los exámenes.

La universidad fueron unos años curiosos. Estábamos todos igual de perdidos, aunque se supone que ya teníamos 18 años y éramos jóvenes adultos, con derecho a voto y carnet de conducir. Alguno se le veía más espabilado, el resto estábamos a uvas.

En esos años mis padres se separaron, y no fue algo sencillo. Por resumir mucho, que esto da para telenovela de Netflix, los trámites, papeleos y juicios duraron diez años. Sí, la justicia es muy lenta en España, y muchas veces ni es justicia, y es lo que tenemos porque nadie quiere mejorarlo.

La vena emprendedora siempre corrió por mis venas. Supongo que el que mi mejor amigo fuera hijo de empresarios, que mi abuelo y bisabuelo fueran empresarios, y que siempre me gustase hacer cosas, me llevó por ese camino. Supongo, porque ni idea. Lo que sé es que me gusta liarme la manta a la cabeza y soñar con nuevas cosas a hacer. Como, por ejemplo, esta autobiografía en formato extendido (lo que llaman libro).

Esta vena se empezó a mostrar cuando, con pocos años, sobre 9 o 10, vendía juguetes que no usaba en la calle. Solo fueron un par de veces, pero mis padres se alarmaron con la inventiva de la criatura. Más adelante me metí en otro negocio, la venta de CD a compañeros de clase. Había días en que llevaba más CD que libros en la mochila, y le tenía que gorronear el libro al compañero de clase. El ingenio de los emprendedores no tiene límites.

Otro de los proyectos que empecé en el instituto, donde ya hacía mis pinitos con las webs, fue el portal de rallyes Hisparally. Ahí me convertí en Webmaster en 1999, una figura muy bonita que quiere decir «el que sabe todo de la web». Tú, y solo tú, te encargabas del contenido, la programación, el diseño, la promoción, el marketing, el posicionamiento, las ventas, etc. Vamos, un autónomo encumbrado en la web. Me debió de gustar aquello, porque aún a día de hoy me considero webmaster, aunque de otra web.

Hisparally también me enseñó mucho sobre marketing digital. Acudía a ruedas de prensa donde servían vino español, me acreditaban para las carreras para acceder a sitios prioritarios, recibía propuestas comerciales por correo, y me mostró los inicios de internet. Quién lo ha visto y quién lo ve. De aquellos tiempos de IRC, news y webs de Geocities, a Facebook, Onlyfans y TikTok. La verdad, no sé con qué versión me quedo.

La carrera universitaria fue muy divertida. Como te habrás imaginado estudié Ingeniería Informática, la técnica, que era un invento de aquellas que en tres años hacías lo del grado de hoy en día. Había fiestas a montones, gente peculiar, y por fin tenías libertad de hacer lo que te daba la gana. Aunque estaba rodeado de frikis, en Gijón no ocurría, o yo no vi, que surgieran grupos de temerarios informáticos dispuestos a montar una startup. Creo que el miedo innato del español a la incertidumbre, y el pavor a crear una empresa, estaban muy presentes en aquellos albores del siglo XXI. Yo seguía con mi movida de rallyes y tan feliz.

Terminé los estudios sin pena ni gloria, habiendo aprendido muchas cosas curiosas, como por ejemplo en computabilidad, aunque con apenas utilidad práctica, pues el mundo académico se enfoca mucho en la investigación, y no tanto en la utilidad empresarial. Mi proyecto final de carrera era un editor visual para crear una red de webs (De rallyes). Una especie de Webflow rústica. En otro lugar me habrían llamado visionario, allí me dijeron que no aportaba nada a la investigación de la informática.

En la calle, con un título bajo el brazo, era momento de buscar trabajo. Espera, me estoy liando. Mi primer trabajo lo busqué antes de terminar la carrera, mientras estaba haciendo el proyecto. Busqué en Google (qué tiempos aquellos en que Google era el sueño húmedo de todo ingeniero) y encontré que una empresa necesitaba maquetador HTML. Yo sabía maquetar HTML, así que les escribí, les mostré lo que sabía hacer, y al día siguiente empecé.

Fue un verano divertido con trabajo a media jornada, coche, y muchas playas por visitar con mi cámara y alguna chica bonita (ya no salía con mi primera novia, ooo).

Poco a poco iba aprendiendo esto de ser adulto, con muchos fines de semana de fiesta y alguna borrachera, gracias a que, misteriosamente, mi enfermedad de riñón había remitido, así que se me podía considerar sano a efectos prácticos.

Empezaba a tener la típica vida de españolito medio. Ir a trabajar, pagar las facturas, divertirte un poco los fines de semana.

A este primer trabajo le siguió otro a jornada completa como programador web. Todo lo que necesitaba para este trabajo lo había aprendido por mi cuenta, salvo la parte de bases de datos, que me había ayudado la carrera. Trabajaba las horas reglamentarias con mucho ahínco, sin parar ni un momento. Las horas pasaban volando, enfrascado en mis líneas de código. Odiaba hablar con los clientes, pues consideraba que era una pérdida de tiempo, sobre todo cuando existe el email. Qué arrogante la visión del mundo del joven ingeniero, que cree que todo se reduce a la ejecución técnica.

Lo que si notaba en este trabajo es que yo me implicaba mucho y cobraba una mierda. Algo que seguí notando en todos mis trabajos por cuenta ajena. Creo que es un mal endémico de España, los salarios son muy bajos, y apenas varían si te implicas mucho o lo justo para que no te despidan.

En este segundo trabajo duré 5 meses, como atestigua mi Linkedin. Me contrataron en una agencia de comunicación más grande, donde trabajaba con un equipo de unas 10 personas, haciendo las mismas funciones. Programando, creando el gestor de contenidos a usar en la empresa, desarrollando las ideas con las que nos venían los clientes, a veces muy locas (era común que llegara alguien queriendo hacer un Facebook por 10.000€), y la mayoría de las veces mundanas páginas web. Viéndolo ahora en retrospectiva, vaya sablazos que se les metía a clientes por webs que les quedaban grandes. Siempre ocurría algo muy curioso. Se ponía muchísimo mimo en el acabado visual y técnico, pero apenas en el contenido. Eran textos refritos de la anterior web, o escritos con prisa por alguien de otro departamento. Ahora lo veo y me parece una aberración, en aquellos tiempos de dulce ignorancia suponía que era lo normal, aunque algo por dentro me decía que no debía ser así.

Creo que he vuelto a liar los tiempos, porque estoy hablando de un trabajo que hice entre 2007 y 2010, y mi blog de viajes lo cree en 2005, mientras estaba en la universidad. No pasa nada, hacemos un pequeño salto en el tiempo, como si esto fuera una película de Christopher Nolan.

No me acuerdo qué se me pasaba por la cabeza en aquel frío mes de marzo de 2005 para crear un blog. Primero iba a ser una web para mostrar mis fotografías de rallyes y venderlas. Después, debido a la escasez de ventas, evolucionó a un blog en el que contaba la otra cara de mis viajes y rallyes. Al principio eran textos muy breves, de apenas un par de párrafos, como escribirías en Facebook, pero hay que tener en cuenta una cosa, no existía Facebook en España en 2005. Lo más parecido era Fotolog, que solo dejaba subir una fotografía por día, y mi harte merecía mucho más espacio.

Así que me cree un blog para hablar de mis movidas.

Eran tiempos de Fotolog, Tuenti, Messenger (el de Microsoft) y algunos usaban ICQ. Para mi eran tiempos de visitar cunetas, trabajar un montón en mi proyecto de rallyes, y escribir algo para el blog, mientras iba de fiesta en fiesta y bailaba música techno como si no hubiera mañana.

Vuelvo a saltar en el tiempo para llegar a septiembre de 2010. Esa noche actuaba Loquillo en las fiestas de San Mateo de Oviedo, pero preferí no asistir al concierto porque acabaría muy tarde y al día siguiente tenía que trabajar temprano. Concretamente entraba a las 7:30, tras habernos juntado para boicotear a la empresa y tener nuestro propio horario a jornada completa durante todo el año. Informáticos unidos jamás serán vencidos.

Creo que era jueves. El día transcurría normal hasta que un jefe que estaba en medio de todo me llamó a su despacho. Me acercó una cuartilla. Estaba despedido. Ya me lo llevaba oliendo desde abril, cuando empezaron los primeros despidos, y es que decían que la empresa tenía problemas económicos por los coletazos de la crisis financiera de 2008. Es lo que pasa cuando confías tu negocio a licitaciones públicas y organismos públicos, que dejan de pagar y se te cae el chiringuito.

Lo celebramos yendo a una sidrería a comer, y el viernes me desperté más tarde de lo normal.

Empezaba una nueva vida. Tenía meses de paro por delante para pensar, así que eso hice, pensar y actuar. Empecé a escribir mucho más en el blog y en Minube. Tanto, que en pocos meses me empezaron a llamar para participar en viajes de prensa. Ya había hecho uno mientras trabajaba por cuenta ajena, aunque esto era otro nivel. Viajes de cinco, siete, hasta quince días con todo incluido y a todo trapo. Plan disfrutón en toda regla, además, acompañado por grandes viajeros.

En algunos viajes incluso me grababan en vídeo, en los cuales salía espantosamente mal. No tanto por mi cara, sino porque hablaba súper rápido y con un acento asturiano cerrado. Se notaba que venía de la comarca (o de Mordor, según el clima que haga ese día) y, aunque ya había viajado solo un par de veces a Estados Unidos, seguía siendo hijo de mi tierra adoptiva.

Poco a poco fui cogiendo soltura y poniendo tildes. Es verdad, cuando empecé con el blog tenía un disclaimer de que yo no usaba tildes, creyéndome un Juan Ramón Jiménez de la vida sin Nobel que respalde mis ideas. Menos mal que una chica con la que salí unos meses, muy estudiosa, me convenció de que era mejor escribir con tildes. Y así lo hice, empecé a usar las tildes en mis textos. Gracias a ella mis textos son ahora más legibles.

Con el paro a punto de terminarse decidí hacerme autónomo para trabajar en serio con mi blog y para hacer trabajos informáticos para clientes. Pensé que sería fácil, pues lo había hecho durante años en varias empresas y soy medio listo. No debería tener muchos problemas.

Hasta que un mes, mirando las cuentas, estaba en quiebra técnica. No tenía para pagar las facturas a final de mes. Ese mes sí que conocí lo que es trabajar con foco. Me centré tanto que conseguí pagar todas las facturas, y empezó a despegar mi negocio como autónomo freelance (valga la redundancia).

Eso sí, seré medio listo, pero igual de tonto que cualquier hijo de vecino, y seguí cometiendo muchos de los mismos errores, hasta que en 2016 tuve una gran crisis. Un punto de inflexión de los que ocurren cuando tienes un grave accidente de coche, te da un infarto al corazón o se muere alguien muy cercano. Mi enfermedad de riñón volvió. Estaba en Roma con mi novia haciendo una especie de Interrail con vuelos Ryanair, hasta que un día empecé a hincharme como un globo. Menuda odisea hablar con el médico italiano, gestionar el seguro, conseguir la medicación, lidiar con todo esto otra vez.

Al final se solucionó sin graves percances, aunque con varias anécdotas que merecerían ser contadas en la versión extendida de este texto.

Como todo buen punto de inflexión supuso un cambio en mi vida. Me preguntaba, ¿por qué a mí? Empecé a leer libros de autoayuda, de empresa, de economía, de psicología, de filosofía, de ciencia, de sistemas complejos. Necesitaba entender el mundo, lo que me pasaba, por qué me pasaba. Tenía muchas dudas y ninguna respuesta. Me sentía muy perdido siendo un adulto con barba. A esta edad, 33 años, se supone que la gente sabe qué hacer con su vida. Tienen casa, coche, algunos incluso hijos. Son personas con una vida estable.

Yo volvía a empezar de cero.

Los libros fueron mi salvación. En ellos empecé a encontrar respuestas. Entendí que estaba muy equivocado por cómo funcionaba el mundo. No tenía ni idea de economía, de política, de nada de nada. Apenas sabía algo de viajar, de contarlo y de informática. En el resto era un auténtico ignorante. El sabio ignorante al que se referían los grandes filósofos españoles Ortega y Gasset. Esta fue una etapa de gran introspección. De mucho aprendizaje. De grandes cambios en mi persona para evolucionar en esto que llamamos vida.

La enfermedad se complicó de una forma muy curiosa que nunca había vivido. Dejé a mi novia. Devoraba libros como si fueran rosquillas. Me abrí más al mundo. Empecé a vivir experiencias únicas. Emprendí proyectos mucho más en serio.

Tanto, que entré en varias aceleradoras de startups para afianzar y crear negocios a partir de mis ideas. Estuve en Budapest con un programa de la EOI. En Gijón entré en el programa de Sherpa Valley donde me mentorizaron durante seis meses. En Canarias me uní con otros dos chiflados a crear una startup en la aceleradora Archipélago Next, llegando hasta la última fase, pero cancelando el proyecto por no ser viable económicamente (gracias, Excel).

No dejé de leer. De aplicar lo aprendido. De seguir mejorando. Afiné mi escritura. Ahora me encanta escribir. Con 18 años decía que yo nunca escribiría, que no se me daba bien, que no me gustaba. Ahora es la forma de comunicación con la que más cómodo me encuentro.

Tengo 40 años. Soy el que menos canas tiene de todos mis amigos. La vida sigue siendo un campo de experimentos en el que probar ideas locas y llevar algunas a lo que cada uno considere que es el éxito. Vivo de mi blog de viajes, de mi conocimiento informático. Ahora he añadido el servicio de consultoría de negocios digitales. Siempre me ha gustado hablar con los clientes cara a cara para conocer sus ideas y ver cómo hacerlas posibles. Ahora, además, les puedo asesorar con toda la parte de negocio. Me gusta, soy bueno en ello, me queda mucho por aprender, sigo en el camino, un poco más experimentado, espero que un poco más sabio, con muchas ganas de ayudar.

Aquí empieza a convertir tu negocio en alto rendimiento

Legalidad

Algunos de mis logros:

  • Conocer en persona a dos premios Nobel.
  • Viajar más de 450 días invitado a todo trapo (y contando)
  • Conducir más de 70 coches diferentes (y contando) 
  • Haber comido en 7 restaurantes estrella Michelín diferentes.
  • Conseguir 5 portadas en Meneame (media de 20.000 visitas en un día).
  • Una portada en Yonkis.com (30.000 visitas en 5 horas).
  • Captar 700 emails con 1 solo artículo.
  • Escribir más de 1000 artículos para mi blog de viajes machbel y otros.
  • Llevar sobreviviendo como autónomo en España más de una década y sin trabajar más de 500 horas al año.
  • Obtener 1000 leads cualificados en 1 hora con una cosa desarrollada por mi.